III.- Tonterías que he Cometido
Tengo en mi archivo privado una carpeta con el título "TC", abreviatura de "Tonterías que he cometido". He puesto en esta carpeta constancias escritas de las tonterías de que soy culpable. En ocasiones suelo dictar estas constancias a mi secretaria, pero se trata a veces de cosas tan personales o tan estúpidas que me avergüenzo de dictarlas y las escribo a mano.
Todavía recuerdo algunas de las críticas de Dale Carnegie que puse en mi carpeta "TC" hace quince años. Si hubiera sido completamente honrado conmigo mismo, tendría ahora un archivo rebosante de estas constancias "TC". En verdad puedo repetir lo que el Rey Saúl dijo hace treinta siglos: "He sido un necio y mis errores son innumerables".
Cuando saco mis "TC" y releo las críticas que escribí de mí mismo, obtengo una gran ayuda para resolver el más difícil de mis problemas: la administración de Dale Carnegie.
Antes creía que mis problemas se debían a los demás; pero a medida que fui acumulando años - y sensatez, espero - descubrí que yo mismo era el único culpable de mis contratiempos. Son muchos los que han descubierto esto en el curso de los años. "Sólo yo - dijo Napoleón en Santa Elena - sólo yo soy el culpable de mi caída. He sido mi peor enemigo, la causa de mi aciago destino". Permítanme que hable de un hombre que conocí y que era un artista en cuanto a autoevaluación y administración. Se llamaba H. P. Howell. Cuando la noticia de su muerte repentina en el bar del Hotel Ambassador de Nueva York fue difundida a todo el país el 31 de julio de 1944, Wall Street quedó impresionada, porque se trataba de una de las grandes figuras del mundo financiero norteamericano; Howell era presidente del Comercial National Bank and Trust Company y directivo de varias grandes empresas. Obtuvo escasa instrucción en su juventud, se inició en la vida como mozo de un almacén rural y posteriormente se convirtió en gerente de créditos de la empresa de acero U. S. Steel. Estaba ya en el camino que conduce a la altura y al poder.
Cuando le pedí que me explicara las razones de sus triunfos, el señor Howell me dijo: "Durante años he llevado un cuaderno de notas en el que apuntaba todos mis compromisos para el día. Mi familia no cuenta conmigo para nada las noches de los sábados, porque sabe que dedico parte de estas horas a examinarme y a revisar y juzgar mi trabajo de la semana. Después de cenar me retiro, abro mi cuaderno y medito acerca de todas las entrevistas, los debates y las reuniones que he tenido desde el lunes por la mañana. Y me pregunto: '¿Qué equivocaciones he cometido?' '¿Qué cosas hice bien y hasta qué punto pude mejorar mi actuación?' '¿Qué lecciones puedo aprender de esta experiencia?' En
ocasiones esta revisión semanal me hace muy desdichado. En otras quedo aturdido ante mis garrafadas. Desde luego, a medida que los años pasaban, estas
garrafadas se hacían menos frecuentes. Este sistema de analizarme, continuado año tras año, ha hecho por mí más que cualquier otra cosa que haya intentado".
Cabe que H. P. Howell recogiera esta idea de Benjamín Franklin. Pero Franklin no esperaba a la noche del sábado. Se sometía a revisión todas las noches.
Descubrió que tenía trece graves defectos. He aquí tres de ellos: perdía tiempo, se
ocupaba de pequeñeces y discutía y contradecía a otras personas. El juicioso Benjamín Franklin comprendió que, si no eliminaba estas desventajas, no llegaría
muy lejos. Entonces, batalló con una de sus deficiencias todos los días de una semana y mantuvo un registro de los progresos realizados en esta lucha. A la semana siguiente tomó otro de sus malos hábitos, se puso los guantes y, en cuanto sonó el gong, se colocó en su rincón de combate. Franklin mantuvo esta batalla con sus defectos sin un respiro durante dos largos años.
¡No es extraño que se convirtiera en uno de los hombres más amados e influyentes que esta nación haya producido!
Elbert Hubbard dijo: "Todo hombre es un perfecto estúpido cinco minutos por día cuando menos. La sabiduría consiste en no pasarse de este límite".
Tengo en mi archivo privado una carpeta con el título "TC", abreviatura de "Tonterías que he cometido". He puesto en esta carpeta constancias escritas de las tonterías de que soy culpable. En ocasiones suelo dictar estas constancias a mi secretaria, pero se trata a veces de cosas tan personales o tan estúpidas que me avergüenzo de dictarlas y las escribo a mano.
Todavía recuerdo algunas de las críticas de Dale Carnegie que puse en mi carpeta "TC" hace quince años. Si hubiera sido completamente honrado conmigo mismo, tendría ahora un archivo rebosante de estas constancias "TC". En verdad puedo repetir lo que el Rey Saúl dijo hace treinta siglos: "He sido un necio y mis errores son innumerables".
Cuando saco mis "TC" y releo las críticas que escribí de mí mismo, obtengo una gran ayuda para resolver el más difícil de mis problemas: la administración de Dale Carnegie.
Antes creía que mis problemas se debían a los demás; pero a medida que fui acumulando años - y sensatez, espero - descubrí que yo mismo era el único culpable de mis contratiempos. Son muchos los que han descubierto esto en el curso de los años. "Sólo yo - dijo Napoleón en Santa Elena - sólo yo soy el culpable de mi caída. He sido mi peor enemigo, la causa de mi aciago destino". Permítanme que hable de un hombre que conocí y que era un artista en cuanto a autoevaluación y administración. Se llamaba H. P. Howell. Cuando la noticia de su muerte repentina en el bar del Hotel Ambassador de Nueva York fue difundida a todo el país el 31 de julio de 1944, Wall Street quedó impresionada, porque se trataba de una de las grandes figuras del mundo financiero norteamericano; Howell era presidente del Comercial National Bank and Trust Company y directivo de varias grandes empresas. Obtuvo escasa instrucción en su juventud, se inició en la vida como mozo de un almacén rural y posteriormente se convirtió en gerente de créditos de la empresa de acero U. S. Steel. Estaba ya en el camino que conduce a la altura y al poder.
Cuando le pedí que me explicara las razones de sus triunfos, el señor Howell me dijo: "Durante años he llevado un cuaderno de notas en el que apuntaba todos mis compromisos para el día. Mi familia no cuenta conmigo para nada las noches de los sábados, porque sabe que dedico parte de estas horas a examinarme y a revisar y juzgar mi trabajo de la semana. Después de cenar me retiro, abro mi cuaderno y medito acerca de todas las entrevistas, los debates y las reuniones que he tenido desde el lunes por la mañana. Y me pregunto: '¿Qué equivocaciones he cometido?' '¿Qué cosas hice bien y hasta qué punto pude mejorar mi actuación?' '¿Qué lecciones puedo aprender de esta experiencia?' En
ocasiones esta revisión semanal me hace muy desdichado. En otras quedo aturdido ante mis garrafadas. Desde luego, a medida que los años pasaban, estas
garrafadas se hacían menos frecuentes. Este sistema de analizarme, continuado año tras año, ha hecho por mí más que cualquier otra cosa que haya intentado".
Cabe que H. P. Howell recogiera esta idea de Benjamín Franklin. Pero Franklin no esperaba a la noche del sábado. Se sometía a revisión todas las noches.
Descubrió que tenía trece graves defectos. He aquí tres de ellos: perdía tiempo, se
ocupaba de pequeñeces y discutía y contradecía a otras personas. El juicioso Benjamín Franklin comprendió que, si no eliminaba estas desventajas, no llegaría
muy lejos. Entonces, batalló con una de sus deficiencias todos los días de una semana y mantuvo un registro de los progresos realizados en esta lucha. A la semana siguiente tomó otro de sus malos hábitos, se puso los guantes y, en cuanto sonó el gong, se colocó en su rincón de combate. Franklin mantuvo esta batalla con sus defectos sin un respiro durante dos largos años.
¡No es extraño que se convirtiera en uno de los hombres más amados e influyentes que esta nación haya producido!
Elbert Hubbard dijo: "Todo hombre es un perfecto estúpido cinco minutos por día cuando menos. La sabiduría consiste en no pasarse de este límite".